Todos lo tenemos. Está ahí siempre, estemos dormidos, estemos despiertos. Te persigue, te cambia, te cohíbe, te hace ser quien eres. Aparece en el momento menos esperado, condicionándote, acomodándose en tu conciencia como si nada y haciéndote sentir nervioso. Puede que haya sido una imagen, una palabra o un simple ruido, el que lo haya despertado. Sabes que eso es lo que impide que alguien te conozca del todo, aunque si lo hiciera lo mismo no querría volver a verte. Todo tu cuerpo se tensa, respira, se debe al esfuerzo de tus sentidos por intentar ocultar que existe. Eres incapaz de pensar en otra cosa por más que te intentas. Tu mente comienza a bloquearse, concentrada únicamente en esconder cualquier atisbo del lado oscuro de tu vida. Crees tenerlo por todo el cuerpo, serpenteando a tu alrededor, por tu piel, siendo visible al resto. ¿Se habrán dado cuenta? ¿Serán mis ojos el reflejo de mi alma como se suele decir? ¿Se habrán oscurecido igual que ella o estarán más vivos, atentos por no perder la calma? Calma que tu corazón ya ha perdido. Calma que salió disparada de allí y dejó un órgano latiendo sin control. Sientes todos los ojos en ti. Es el momento de las preguntas absurdas: ¿Lo habré desvelado alguna vez sin darme cuenta tiempo atrás? ¿Pueden ser capaces de leer la mente y lo sabían todo desde el principio? La espiral continúa llegando a unas poco ocurrentes excusas para justificarlo, para que no parezca algo que nadie debería saber. El tiempo parece eterno, aunque solo es una sensación. Si miraras el reloj verías que solo han pasado cuarenta segundos. Por último, tú...
-¿Has escuchado lo que he dicho?- el comentario te saca de tu espiral. Nadie sabe nada, ni siquiera han notado el cambio en tu expresión, ni el movimiento inquieto de tu pie, nadie ha notado nada. Solo pensaron que eras una persona distraída, con la mente en un sitio que te parecía mejor, aunque prefirieras estar en cualquier otro lugar.
